El Conocimiento: 6 - La oportunidad




Escrito II
EL CONOCIMIENTO


6- La oportunidad


Ensimismado en mis pensamientos no me percaté de la presencia de un extraño junto al auto.

—El camino del Corazón… —escuché. Era la voz inconfundible del Maestro.
—¡Qué diferente sería todo si hiciéramos caso a aquello que nuestro corazón, nuestra alma, desea manifestarnos! ¡Qué testarudos somos y cuántas veces hacemos oídos sordos a su voz! Una voz que nos susurra en sueños, en la sonrisa de un niño, en la mirada de quien te encuentras en la calle, en el saludo de quien no te conoce; en quien con amor te dice: ¡cuidado! para que no sufras, y aún en la enfermedad y la muerte. La voz no deja de hablarnos nunca y a pesar de ello cada vez la escuchamos menos.
—Mi voz —
continuó— clamó en el desierto: “¡Padre, ayúdame a comprender! ¡Guíame en la oscuridad de la noche! ¡Hazme un instrumento útil en la realización de tu Propósito! ¡Me faltan las fuerzas!”
—Llegué a sentirme hundido
—aseveró—, abandonado, incapaz de poder cumplir con mi promesa. Mas su respuesta no llegaba. Vagué días sin alimento. Creí desfallecer por momentos, nada de lo aprendido parecía sacarme de esta inquietud. Sentí la muerte cercana…
—Pero mi Padre me necesitaba vacío y así me encontró. De Él, entonces, brotaron estas palabras: “Ahora ya estás preparado, limpio y puro. Puedes comenzar a compartir con tus hermanas y hermanos el Amor y la Sabiduría que habita en ti, que eres tú, que Soy Yo”.

—Es necesario que llegue la noche más oscura para poder apreciar con todo su poder la luz del alba que nos iluminará por siempre.
—Al igual que Él me envió en otro tiempo, junto con aquellos a quienes llamó y respondieron a su solicitud afirmativamente, hoy son miles quienes aceptan su llamamiento.
—La Voz ha de escucharse alta y clara en todas las lenguas y en cada rincón de la Tierra que nos acoge con amor, más allá de los límites estrechos de vuestras religiones, y dentro de cada una de ellas. No hay nada que abolir, simplemente transmutar vuestro ser, permitir a la Vida que crezca nuevamente en vosotros; convertiros en quienes realmente sois: Hijas e Hijos del Padre por derecho propio desde aún antes de la Creación.
—Es la respuesta de nuestro Padre a las súplicas de millones de sus Hijas e Hijos, de aquellos que se encuentran en la más absoluta soledad, cansados de sufrimiento y angustia, deseosos de vivir en paz. Pasó el tiempo de la niñez, mas estando aún en plena adolescencia, ya sois capaces de dar pasos por vosotros mismos como adultos.

—Hoy las vestiduras son diferentes. Buscadme, buscadnos en el compañero de trabajo; en la madre, el esposo; en el ateo, el creyente; el científico, el religioso; bajo todos los ropajes imaginables.
—¡Escuchadles!, pues Soy Yo quien habla a través de ellos.
—¡No les sigáis! Seguid únicamente la dirección de sus dedos que señalan a vuestro Corazón, a vuestra Alma, a vuestro Espíritu.

—Yo, el Maestro, ―a quien llamáis el Cristo de los cristianos, el Imán Madi de los musulmanes, Maitreya para los budistas, el Mesías para los judíos, Wanekía para el pueblo indio, el Amor para los amantes y la Sabiduría para los científicos―, estoy entre vosotros visible para los limpios de corazón.
—¡Escuchadles! ¡Por sus frutos les conoceréis! ¡No deis la espalda a la oportunidad que tenéis! ¡No dejéis que sus vestiduras se vuelvan negras por vuestra ceguera y ved en sus ojos limpios, los míos!
—Os pido que sigáis cada uno con vuestra vida. Hacedlo todo con amor. Situaos los últimos, aparentemente nada cambiará en el exterior, será en vuestro interior donde primero lo notaréis, lo demás lo tendréis por añadidura.
—¡Compartid! ¡Amad!
—No es tiempo de una fe superficial. Veréis y creeréis. El Cielo y la Tierra se han aliado para que así sea.

Escuchaba sin pestañear, su sola presencia era para mí todo un acontecimiento. Sin embargo su Ser emanaba simplicidad, convirtiéndole en el mejor amigo que uno pueda tener, con quien todo era confianza y naturalidad. No era amigo de ceremonias sino de abrazos espontáneos y de este modo se despidió de mí señalándome el valle del Jordán…



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Ángel Khulman